lunes, mayo 05, 2008

Hurlements en faveur de Sade

Algo se apagó en la sala.
O recién comenzaba.

-¿Qué pasa?
-Shhh.
-No sé, no sé.
-Es así, sr.
-¿Qué dice?
-Que es así.
-Cállese, hombre.
-¡Cómo! Momentito, el tono señorita.
-Pero por favor.
-¿Qué te dijo?
-Nada, nada.

En esas sombras de nuestra moral,
donde lo oscuro es motivo de (falsa) risa,
se personifica una tragedia de pequeños dígitos
sobre un lienzo blanco, apagado.

-¡Pongan una sonora!
y:
-Al que no le gusta que se vaya.

Lo anormal de la no aceptación
de un desplazamiento de lo cotidiano,
como entrega.

"Todavía hay muchas personas que la moral no haga reír o llorar"

Antes era la violencia,
como motor primario
ante el choque de la ausencia,
desamparo de la imagen.

-Podemos proyectar aquello que pensamos.
"No responderé sino en presencia de mi abogado."

Y esta anulación de lo representado,
nos eleva a la dupliación
de nuestras presencias.

-¡Uuh! ¿¡Vieron eso!?
-¿Qué?, ¿qué dijo?

Dos realidades,
de un aburrimiento mismo;
en lo nuclear de lo relacional
como determinante.

"Pero todas esas personas eran vulgares."
-¿Podés hablar más bajo?

Un estado de guerra que logramos
autonomizar de nuestro territorio,
asimilándolo a un enemigo externo,
en la misma materialidad de lo proyectado.

(-¿Alguien quiere un café?
-Gracias, pasalo así alcanza para todos.)

En espera constante de su acercarse,
convertimos (el espacio en límite).

"La muerte sería una hamburguesa"
-Voy a averiguar un poco esto. De qué se trata.
-Yo me voy. Suficiente.
-No, sólo al baño.
-A ver si te perdés algo...
entre tanto murmullo
de chicles masticar
"shhshshhh!!!"
frente a un oído,
replegado ante lo único,
de sentirnos usados y amenazados
de adorar a nuestro captor.

"Debe ser terrible morir."
(-La copia es excelente.)

En nuestro cuerpo,
hay ciclos.
Y respondemos por ellos,
sin percatarnos.

-Yo sí me resigné. ¿Alguna sugerencia? La sala está cada vez más oscura.
-Es un principio de organización.
-De economía.
"Como niños perdidos vivimos nuestras aventuras incompletas"

Y seguimos atendiéndote,
como palomas
fijados en tu reflejo
ante cada maíz arrojado.

-Puede elegir cualquier cosa de Corrientes.
-Cada uno puede pensar lo que quiere. Es un espacio para eso.
-Pero no tengo ganas de escucharlo.
-Tápese los oídos, entonces.
-Ya me interesó. ¿De qué hablaban?
-¡Que viva Méjico!


Sade no pervirtió la realidad,
sólo la conservó en una sustancia
con mayor trascendencia
que la simple apariencia de un acto.

Las palabras.

Y nosotros,
como un bebé ante
una teta cubierta,
esperamos por ellas
y nos rendimos.
Siempre, de algún modo,
las investiduras que nos ofrecen
terminan venciéndonos.

-Levante la mano quién se da cuenta de algo.

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La divina mímesis

Apuntes y framentos para el IV canto


5.

El poeta vive el ansia de comprar en estado puro. ¿Por qué aquí, en este Jardín, no hay ni sombra de vulgaridad? Porque las figuras económicas son destrozadas por su ansia. El poeta, en realidad, quiere vivir todas las figuras económicas posibles, quiere a la vez la miseria y la riqueza. ¡Él no es un comprador! ¡Él es un productor que no gana! ¡Él es alguien que produce una mercancía que puede y no puede comprarse! ¡Y, si por casualidad se compra, no puede consumirse! ¡Peor que el plástico o el alquitrán o los detersivos! Comprador sin aspiraciones (su expresarse en verdad se basta a sí mismo) y productor sin compradores, o cuando menos sin consumidores, se pasa la vida viviendo las ansias -que permanecen en él- del que quiere comprar y del que quiere vender: pero en cierto estado incalificable. No pueden objetivarse porque ya no son históricas. Cosa de la que no está dicho que los poetas tengan que darse cuenta. Ellos manifiestamente viven ese caos. En una farsa en la que cada cual tiene su papel.
Hacer degenerar las ansias de la compra y de la producción de algo que es su pureza y su falta de función, este es el papel del poeta.
Si lo sabe, mucho mejor. Si no lo sabe, sabe otras cosas. De repente ves a un hombre distinto de los demás, que grita: "Curas, profesores, amos, os equivocáis entregándome a la justicia. No he sido nunca de este pueblo; soy de la raza de los que cantan en el tormento, no comprendo las leyes; no tengo sentido moral; soy un bruto...". Esas afirmaciones negativas son la exaltación negativa de la imposibilidad de poseer una figura económica. Por eso él va por las calles en las noches de invierno, sin asilo, sin vestidos, sin pan: y quiere oro. Y se tiene a sí mismo, sólo a sí mismo, por testigo de su gloria y de su razón. Ese testimonio, en cuanto es recibido y percibido por los demás, se vuelve naturalmente impuro: esto es, un pretexto para justificar a los consumidores normales ante sí mismos, tranquilizándose sobre la posibilidad de la libertad (realizada por un poeta que ellos, por si acaso, persiguen o corrompen).
Igual si es un mendigo que si es un señor, el poeta no pertenece ni a la figura económica del mendigo, ni a la del señor. No debe temer figura económica estable. Repito: ora tiene una, ora otra, ora todas a la vez. ¡Y naturalmente las sufre todas! Puede muy bien escribir unos poemas hermosísimos de dolor íntimo y civil, sólo por el dolor real de no tener en el bolsillo un poco de dinero para cenar, o peor todavía, para comprarse un coche; cuando no es por el dolor de tener demasiado dinero de un padre rico.
La degeneración de su estado social hace que sus deseos lleguen todos a realizarse. Si sueña con ver muertos a sus coetáneos pequeñoburgueses, conformistas, seguros de sí mismos, cobardes, débiles, abismos de imperfección y de monstruosidad, chantajistas, feos, ignorantes, abanderados de una fe tonta, de un Cristo idiotizado y de una Patria de mierda -he aquí que su deseo se cimple, en un tiempo disonante y no cronológico, en seguida o cincuenta años después. Ciertos viejos burgueses -enamorados injustamente de la buena música- o propietarios de palacios dignos de la antigua Grecia, etc., de monstruos infames se transforman en gusanillos inocentes, aplastados, pisoteados, desnudos, hediondos; o al contrario, ciertos inocentes jóvenes rubios, ya no obreros y aún no pequeñoburgueses -y aún con toda la cruel integridad del muchacho- se vuelven torturadores miserables o verdugos.
Otra veces, en cambio, ocurre que las palabras de odio del poeta sean realizadas por una revolución, la que él soñaba.
Pero después naturalmente esa revolución es otra cosa: degenera, porque en realidad el sueño del poeta era impuro, nacía de abismos de dolor injustificado, digno del dolor de los burgueses entre los que había nacido, y se transformaba injustamente en un ansia libidinosa de acción.
Sin embargo aquí, en este Jardín, no hay vulgaridad. La primera calidad del poeta es la elevación de su estilo, la pureza de su palabra. En eso consiste su testimonio de la Realidad. Y eso no tiene que parecer contradictorio con lo que he dicho, porque la Realidad está hecha también de Irrealidad (la Irrealidad horrenda de los pequeñoburgueses). La poesía es la única comunicación que se sustrae, no a las determinaciones económicas, a las que nada se sustrae, sino a toda determinación determinada: ya desde el momento en que el poeta, como he dicho, no se identifica con ninguna figura económica.
No pertenece a las cosas de las que se pueda hablar el prever, por lo demás, cómo, cuándo y por qué un ansia económica no se limita a hacerse -no digo conciencia revolucionaria- o misteriosa ansia de vida -y por lo tanto pensamiento y filosofía-, sino ansia de expresión. La Realidad se revela cuando le parece.
Aquí en este Jardín no hay literatos -porque los literatos están todos en el Infierno, y, como verás, sobre todo en los Círculos donde se castigan los pecados más típicamente burgueses y pequeñoburgueses. Sin embargo, aunque poetas, ninguno de los que están aquí ha tenido nunca miedo de la literatura. No se tiene miedo de las cosas cuando se es mucho más fuerte que ellas.



Pier Paolo Pasolini, 1965.
"Apuntes y fragmentos para el IVº canto" en La divina mímesis (1975)

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